No voy a hablar exclusivamente de podencos en este blog, sino de perros en general. A lo largo de cincuenta años o más tratando con canes, mayormente perros de caza, aunque no exclusivamente, me he sorprendido infinidad de veces de hasta donde puede llegar la cabeza, inteligencia, entendimiento —llámenlo como quieran— de un perro. En este aspecto, he observado que, en general, hay unas razas que llegan más lejos que otras en cuestión de aplicar la cabeza a su cometido principal. Así, por ejemplo, sinceramente pienso que el podenco es una de las razas, si no la que más, que mejor emplean su cabeza con el objetivo de acosar al animal que persigue. Lo mismo que los perros careas o turcos son los más finos a la hora de juntar el ganado o llevarlo en determinada dirección. Es lógico que así sea pues es la función para que han sido creadas ambas razas. Pero en el caso del podenco, ¿en que me baso para decir que son los perros de caza que mejor aplican la cabeza a la hora de cazar? Pues en matices que voy a tratar de exponer:
Si se nos pierde un perro de caza en una zona lejana de poblaciones, los podencos son los que mejor saben sobrevivir cazando para alimentarse. Esto lo habrán comprobado muchos podenqueros que hayan perdido un ejemplar. Un perro de caza de otras razas, como no tenga cerca una fuente de alimentación alternativa a la caza, es seguro que perecerá de hambre. En el caso de los podencos, como haya algo que cazar, cazará para alimentarse, como lo haría un depredador salvaje.
Por otro lado, la ubicación de la pieza, cuando es detectada por un podenco, es certera y fija. Es decir, el podenco sabe en qué sitio exacto se encuentra la pieza en el momento que la detecta, de ahí que cuando tira el envite, salga muchas veces con ella en la boca. Me refiero a piezas que son sorprendidas por la emanación directa. Evidentemente si se trata de un rastro, tardará más en localizarla, pero nunca le pasará, como he visto alguna vez a los sabuesos, pasar a medio metro de la liebre aplastada, porque esta dio un par de vueltas y luego se aplastó, pasando el sabueso por su lado sin detectarla porque el rastro continúa en la dirección que el perro lleva. Un podenco, al pasar junto a la pieza encamada, en seguida dará un tornillazo al hilo que traía, echándose encima de la pieza escondida. Un perro de muestra detecta la emanación, pero realiza la muestra, muchas veces, sin apuntar y sin saber la posición exacta de la pieza. Sabe que está por allí, pero no la ubica con exactitud. Estos detalles ocurren, tal vez, porque tanto perros de muestra como sabuesos, se guían sólo por el olfato, mientras que los podencos usan también la vista y oído de manera muy eficiente. Por supuesto, hablamos en forma general, habrá individuos nefastos o excelentes en todas las razas.
El cobro de un buen podenco a pieza herida es muy difícil de superar por otras razas. Sobre esto hay poco que decir. El que haya tenido podencos y perros de otras razas, lo sabrá.
Hablando de manera más general, no solo de inteligencia aplicada a su función, voy a contar un par de detalles —cada cazador o poseedor de perros de otras razas tendrá cientos de ellos— que dan que pensar a uno, hasta donde piensa un perro, ya sin fijarnos en una raza en concreto, sino más bien en individuos.
El domingo pasado saqué de caza a tres de mis podencas, pero el macho, “Curro”, se quedó en la perrera. Tengo la costumbre, cuando vuelvo de caza, de limpiar los ojos y luego encerrar a los perros que he llevado a cazar y, mientras hago eso, suelto a los otros para que se vayan a campear, ya que su zona de campeo está delante de las perreras, y no molesten en la operación de cuidados de los que traigo de caza. Pues bien, cuando solté a los cuatro perros que estaban encerrados, las perras salieron como una exhalación para el monte a perseguir los conejillos y algún zorro que por allí andan, pero “Curro” que siempre es el primero que tira para el monte, esta vez se fue hacia el coche y empezó a arañar en el portón queriendo entrar en el vehículo. Perdonó el campeo que tanto le gusta y me estaba diciendo que él quería ir de caza, en el coche y con la escopeta, lo mismo que las perras que yo había traído. Esto no lo había hecho antes nunca. Fue como decirme que, por la mañana, me llevé a las tres perras y a él no y ahora no quería campear, quería ir a cazar. Eso, a pesar de que el coche estaba en el aparcamiento, no delante de la perrera, donde es habitual que lo ponga cuando cargo a los que voy a llevar ese día. Sinceramente, esta forma de actuar me sorprendió en sobremanera y no la había visto antes.
Otro detalle, este de mi turca “Sira”, que convive en casa con mi familia: A ella le gusta salir a campear con los podencos y, de tanto hacerlo, el animal ha detectado mi preocupación por recoger a los que campean cuando llega la hora. Ni corta ni perezosa, ha asociado que cuando yo empiezo silbar y llamar a los perros, lo que ella tiene que hacer es recogerlos. Para ello, se mete en el monte, zarzas o donde haga falta y cuando llega a alguna de las perras, le gruñe y la pone panza arriba inmovilizándola, hasta que yo voy y la amarro. Las podencas han aprendido esa forma de actuar de la turca y, cuando las llamo, o bien vienen con prontitud, o cuando ven llegar a “Sira” ya se ponen panza arriba, sin intentar ni correr. Alguna vez que algún podenco se ha quedado campeando hasta de noche, “Sira” son mis ojos para localizar al “bandolero/a” en la oscuridad.
Nunca para uno de aprender, tratando con estos maravillosos animales.