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Hacerle Caso al Perro

Siempre me ha parecido un contradiós el hecho de ver en el campo como un cazador anima a su perro a buscar en determinada zona o matorral, incluso llevándolo del collar, en la que ha visto anteriormente refugiarse alguna pieza. O lo que es lo mismo, ver como el cazador lleva al perro en busca de la caza, en vez de confiar en su perro para que este lo lleve a donde está la caza y se la ponga a tiro. ¡Cuántos perros se han malogrado por acostumbrarse a estar pendiente de que el dueño le tire la consabida piedra que le indique donde debe buscar!

 El proceso, a mi entender, debe ser el contrario. Una vez elegida la zona de caza por el dueño, es decir, el cuartel del coto a donde llegamos con el coche, debe ser el perro o los perros que llevemos, los que busquen la caza y la levanten. Y a partir de que los soltemos, toca fiarse de ellos para dar con las piezas, hasta que decidamos nosotros cambiar de zona o cuartel.

Esto incluye, muchas veces, señales que parecen contrarias a la lógica, pero que si lo observamos bien no lo son. Y digo esto porque entono el mea culpa de lo que me ocurrió la ultima vez que estuve de caza, en una zonza concreta de la campiña cordobesa formada por besanas de tierra de labor surcadas por arroyos de maleza y espinos, creados por las venidas del agua (cuando llovía bien, no este año).

Resulta que yo me empeñé durante casi toda la mañana en meter los tres perros que llevaba, capitaneados por la veterana Onda, en los espinos de los arroyos, aún cuando había observado que la perra se salía continuamente del arroyo en dirección a partes de la tierra de labor, que había estado sembrada de girasol, pero que, por haber sido un año nefasto de agua, tenía esas partes sin cosechar y además de tener unas tortas ridículas y escuchimizadas, estaban invadidas de pasto. Yo volvía a llamar a la perra, insistiéndole en que retornara a cazar el arroyo, pero ya al final y viendo que del arroyo no sacaban nada, decidí hacerle caso a la veterana y cazar aquel pasto como si estuviera buscando codornices.

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En cuestión de media hora sacaron cuatro conejos, de los que pude abatir sólo uno. Dos de ellos salieron largos y no los pude tirar y otro, que lo levantó una de las perras jóvenes, lo llevaron en el hocico durante un buen trecho. Cuando se separó ya estaba lejos. Si me hubiera dedicado a registrar aquellas zonas, recién empezada la jornada, antes de que apretara el calor y con los perros frescos, seguramente el resultado hubiera sido distinto.

Siempre recordaré aquel día, que ya conté en un blog anterior, en que mi perra Gineta, yendo tras el rastro de un zorro, empezó a latir en lo que yo creía que era un contra rastro, al contrario del camino que llevaba el raposo. Aquel día le hice caso a la perra, y resultó que el ladino del zorro, nada más taparse en la espesura, giró 180 grados sobre la dirección que llevaba. Aquel día acerté.

Definitivamente hay que hacerle caso al perro, si lo conocemos y sabemos que no suele fallar.

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