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El Decimo (Cuento de Navidad)

22 de Diciembre de 1973

A Antonio Ramírez, más conocido en su pueblo por “Cortavereas”, le amaneció ese día andando ligero por la Vega, dando vistas a Sierra Arca y con sus cinco podencos amarrados con sogas de pleita sujetas a un mismo nudo, que agarraba con su mano izquierda, mientras con la derecha se iba ayudando de un palo en su caminar. Era tanto el frío que le acompañaba, que Antonio se tuvo que liar sendos trapos a las manos para que no se le congelaran los dedos.

Sierra Arca es una cadena de cerros imponentes, unidos a media altura, por silletas que forman una larga cresta, que separa la solana de la umbría. Y con un monte de aulagas, romeros, carrascas y jaguarzos, con algunas encinas aisladas, por la parte de la umbría y retamas y pasto, con pedregales revestidos de matas sueltas, en la parte de solana.

Siempre han constituido estos montes un magnífico coto de conejo y perdiz, sobre todo de conejo, que los había por miles. Su dueño por herencia reciente, D. Luis del Álamo, solía celebrar todos los años, antes con su padre ya fallecido, por estas fechas, una cacería donde invitaba a otros amigos terratenientes, personas notorias de la zona y a algún corredor de aceite con el que luego tenía tratos en la campaña.

Y para que todo saliera como él esperaba, su guarda Juanico “Bellota”, llamaba a algún amigo de la zona que tuviera buenos perros para dar el gancho, pero nunca de su pueblo, para que luego no le crearan compromiso de ir a cazar, o se metieran en las lindes que él guardaba sin permiso. Normalmente el perrero invitado era persona sencilla, de campo y buen conocedor de perros y terreno, que como Antonio, venía con el atractivo de echar un buen día de caza, recibir una buena propina desayuno y comida a medio día.

Estaba el cortijo, una antigua majada de cabras reformada, con apaños suficientes para poder llamarse cortijo, a media lastra del primer cerro, entrando por el camino de la Vega, en la parte de solana. Y cuando llegó “Cortavereas” ya estaban dispuestas las mesas en el patio, al amor de una buena candela y con algunas botellas de anís y vasos de licor, platos de rebanadas fritas y mantecados de Estepa. En otra candela con trébede, la casera de cortijo andaba dando paletadas a un enorme perol de migas y por todo el patio, gente que iba y venía a diversos corros de charlas.

Por allí andaba Don Fernando Vargas, el notario de Antequera; Alonso, el cura de Archidona, aficionadísimo a la escopeta o Carlos Montero, el corredor de fincas de Lucena, una de los tiradores más finos de la comarca entre más de una veintena de invitados. Don Luis, el dueño de la finca, iba y venía sin quitarse la sonrisa de la cara, agasajando a todos sus invitados. Pero por dentro le corroían los nervios por su conocida afición al juego, que le superaba en todo. Y ese mismo día era el sorteo de Lotería de Navidad y con sus décimos en el bolsillo, el hecho de no poder seguirlo por la radio o televisor, lo traía a mal traer. Hubo años que incluso se fue a Madrid para presenciar el sorteo en directo.

Luís siempre compraba, aparte de otros muchos números, un décimo para el Gordo y otro para el Niño con el mismo número, el 57043, la fecha de su nacimiento, cinco de Julio del año 43, los cuales guardaba como oro en paño en sendos sobrecitos blancos separados, aunque sujetos con la misma gomilla del paquete con todos los demás décimos y participaciones que llevaba en el bolsillo de su pelliza.

Antonio “Cortavereas’, con los perros sujetos a la aldaba del abrevadero del patio, ya se había “quitado el frío” con varias copas de anís y abundantes rebanadas y mantecados.

-Esto ya es otra cosa- le decía a Juanico, el guarda, mientras arrimaba las manos a la candela. –Cuando quieras salimos para el cerro, que están los perros que afeitan.

-Espérate y tomate un café mientras se ponen los de las posturas, que ya están saliendo. Y no te vayas a liar a cantar fandangos mientras andas con los perros, que los cantas fatal. Con que digas “perro ahí” sobra.

 

Y dicho y hecho, sobre las diez de la mañana, soltó Antonio sus perros en medio de la mancha más querenciosa, la que pegaba a la casa del cortijo por el lado de la umbría. Se lió inmediatamente una ensalada de tiros, que parecía la traca de la feria del pueblo. Juanico acompañaba a Antonio con un borriquillo con serón, donde iban echando los conejos que le traían los perros cogidos a diente o cobrados en las posturas, además de los que iba recogiendo del suelo cuando llegaban a las inmediaciones de las escopetas. Alguna perdiz cumplió también en los puestos, aunque muchas menos que conejos. La caería iba desarrollándose de manera espectacular.

A Carlos Montero siempre lo ponía Juanico “Bellota” en la mejor postura, por aquello de que no se le iba un conejo y la percha iba a ser mucho más abultada. Ese verano, un tractor de cadenas había roturado el monte, haciendo buenos cortafuegos que tenían doble misión, parar el fuego en caso de que lo hubiera y parar mejor los conejos en su carrera para alcanzar el otro lado del monte. Además facilitaba bastante la labor de cobro al estar limpia de matas la zona de tiro.

Dos manchas más se dieron hasta completar la jornada a la una del mediodía, ya con el sol calentando y los perros completamente exhaustos y sangrando por las orejas de los “arreones” en las aulagas. Para antes de comer, sobre el empedrado del patio lucían más de doscientos conejos y unos setenta pájaros perdices. Un día bueno, de los tantos que había dado Sierra Arca.

Justo al llegar de su postura, lo primero que hizo Don Luis es acercarse al pequeño despacho del administrador de la finca y levantar el teléfono para llamar a su mujer a la que había dado en el encargo de anotar los cinco números de premios mayores. Al menos el habitual suyo, el 57043 no había resultado premiado. El Gordo había caído en el 34739 (hoy día es fácil comprobar cuál fue el gordo del año 1973). Luis se puso nervioso a repasar su manojo de décimos, comprobando que tenía una terminación de los tres últimos números del gordo. Al menos había cogido un “pellizquillo”. Y Separó del manojo el sobre con el décimo de su fecha de nacimiento, que no había resultado agraciado, echándoselo al bolsillo izquierdo.

En cuanto colgó el teléfono, con la ansiedad que da la pasión por el juego ya un poco calmada, volvió con los invitados, que ya estaban dando cuenta de platos de jamón y queso y esperando que terminara el exquisito arroz que cocinaba la casera del cortijo con alguno de los primeros conejos que se mataron, que se los había acercado Juanico en el cambio de la primera postura.

“Cortavereas” no esperó al arroz. Se había puesto tibio de jamón y queso con sus correspondientes vasos de vino de Pedro Víbora (Lucena). Se acercó a Don Luís diciéndole:

-Me tengo que ir Don Luis, que de aquí al pueblo hay un trecho y la noche llega enseguida. Si usted tiene a bien la propina, se lo agradezco, como el buen rato echado.

-Coge media docena de conejos y toma- Luis se echó mano al bolsillo izquierdo de la pelliza para sacar la cartera –cuarenta duros y este décimo que está SIN MIRAR, como tú comprenderás- mintió como un bellaco al encontrarse el sobre con el décimo ya jugado en el bolsillo. -Y agradecido porque vengas a cazar con nosotros, como siempre.

Y tomó Antonio el camino de vuelta, con sus cinco podencos reatados, ya sin tirar de las cuerdas debido al agotamiento.

Lo primero que hizo al llegar al pueblo fue acercarse al estanco, a que Miguel, el estanquero, le mirara el décimo que le habían regalado:

-Este número no está premiado, Antonio. Pero si lo estuviera te ibas a morir de coraje porque es para el sorteo del Niño del cinco de enero, no para ahora. Así que guárdalo bien- Se conoce que con los nervios del repaso de premios, Don Luis se equivocó de sobre al apartarlo del fajo de números y le dio el número del Niño.

El cinco de enero de 1974 el bombo escupió el número 57043 (también es comprobable fácilmente, hoy día) como segundo premio, con quince millones de pesetas libres de impuestos.

Antonio “Cortavereas” pasó a ser Don Antonio Ramírez, titular del mejor chiringuito de las Playas de Fuengirola, que dará empleo a sus hijos, nueras y yernos durante varias décadas.  Nunca se le olvidó la cacería de Sierra Arca.

Manuel Pedrosa (22 de Diciembre de 2021).

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