En las dos entradas anteriores hablábamos del número grande de ejemplares de Podenco Andaluz que aún muestran un carácter tímido y retraído y otros arisco y distante con sus dueños. Decíamos que la mejor manera de contrarrestar estos problemas es la SELECCIÓN. Es decir, criando con aquellos podencos que muestren un carácter más equilibrado. Lo cual no quiere decir que no intentemos mejorar los individuos que tenemos en la perrera y que nos son útiles por su manera de cazar, aunque el carácter deje algo que desear. La mejor manera de aprovecharnos de un perro que muestra un carácter no idóneo, pero que si es bueno cazando es aprovecharnos del espíritu gregario del P.A. y hacernos valer como el jefe del grupo, que somos.
«Encarnita» (hija de «Farruco»). Excelente en la caza pero de carácter muy difícil.
Hacernos valer como jefes
Aunque es muy de sentido común cómo debemos comportarnos para que nuestros perros entiendan quién es el jefe, hemos de tener en cuenta que los podencos siempre nos intentarán echar un pulso para sobreponer su voluntad a la nuestra. Si esto ocurre es cuando nuestro perro se convierte en un ‘bandolero’, que caza para él sólo o incluso, si se erige en líder del grupo, es capaz de llevarse a los demás podencos a donde a él se le antoje. Nos ningunea.
Pare evitarlo hay que actuar con mano de hierro en guante de seda, pues el castigo injusto o a destiempo tampoco lo asimilan bien o pueden malinterpretarlo, consiguiendo efectos contrarios a los buscados. Así, por ejemplo, si un perro joven se nos aleja y tarda en volver, muchas veces, una reprimenda a su vuelta es contraproducente. Otra vez temerá volver a nuestro control cuando se aleje en el campo. Aprenden mejor por convencimiento propio. Al primer intento de alejarse, ocultémonos o cambiemos el coche de sitio, que nos tenga que buscar. Enseguida se dan cuenta de que es mejor para ellos llevar un ojo en la caza y el otro en nuestra posición.
Desde cachorros, en la perrera, acostumbro, cuando emprenden una actitud desafiante o desobediente o hacen un amago de morder, a levantarlos del suelo (todos los cánidos sienten inseguridad cuando dejan de tener las patas sobre la tierra) y alzándolos para que enfrenten su vista a la mía les suelto un NOOO… rotundo, mirándolos fijamente a los ojos con cara de pocos amigos.
La correa es un buen aliado. Un paseo con la correa, parándonos de vez en cuando y paseando el bastón de andar delante de sus narices, les enseña que deben andar cuando nosotros andemos, sin tirar de la correa y sin que ni siquiera ésta vaya tirante. Es muy importante llevarlos con la correa a sitios donde haya gente y perros extraños para que se acostumbren a su presencia. Ya trataremos de la importancia de todo esto cuando lleguemos al capítulo de las pruebas de trabajo.
Una vez convenientemente manoseados, en sus dos primeros meses de vida, no debemos ser excesivamente pródigos en caricias. Los perros tienen otro lenguaje jerárquico que los humanos. Las caricias son para cuando hagan algo que nosotros les hemos pedido. Cuando acudan a la llamada, sí. Cuando vengan por su cuenta a que los acariciemos, no. Sin menoscabo de que un podenco ya veterano y formado si puede ser receptor de caricias inmerecidas. Ya sabe nuestra jerarquía y no se le va a ocurrir invertirla por eso. Pero hasta en esto hay que tener cuidado cuando se trata de un grupo. Lo mejor es no acariciar a ninguno en presencia de los demás del grupo, ya que podemos provocar una escena de celos que podría acabar en alguna pelea.
Es importante también mantener la jerarquía entre ellos. El primero al que le debemos echar de comer es al perro o perra líder del grupo y luego, seguir el orden de jerarquía. Si invertimos estos órdenes de preferencia, podemos provocar inconscientemente que el perro líder trate de hacer valer su liderazgo propinando una paliza a aquel individuo al que hemos atendido antes que a él. Siempre teniendo en cuenta que un perro excesivamente dominante y violento, quizás no debiera estar en nuestra perrera.
El castigo físico no se les olvida jamás y yo soy partidario de no ejercitarlo nunca. A lo sumo un manotazo en el momento preciso. Si por mala suerte estamos en presencia de una pelea entre ellos, nunca intervenir nosotros de manera violenta también, entre otras cosas porque nos podemos llevar un mordisco y porque lo único que conseguiremos es aumentar el grado de violencia de la escena. Lo mejor es tener a mano la manguera o un cubo lleno de agua. Eso les enfría los ánimos. O si no tenemos a mano agua, procurar coger del collar al que empezó la trifulca y levantarlo del suelo a pulso, cogido del mismo o por la nuca. E inmediatamente, al perro provocador, levantado del suelo, echarle una buena regañina. Nunca regañar a destiempo. Los perros tienen una memoria cortísima y no sabrán por qué les reñimos.
He observado que, a todo podenquero principiante, el segundo perro se le va de las manos con menos frecuencia que el primero y así sucesivamente. Basta ser un poco observador, constante, e ir entendiendo poco a poco ese carácter de cánido semi-salvaje del que hablábamos al principio.